"Hipertexto". Se trata de una de las palabras más maltratadas de los últimos años: durante mucho tiempo funcionó como un comodín, como un término plausibler en el momento de conectar las nuevas tecnologías de la información con las humanidades y la educación. También se ha utilizado simplemente para referirse a textos digitalizados o a aquellos que, aun impresos, tienen una estructura no lineal. Lo cierto es que, en su origen, el hipertexto le dio nombre a una idea, es decir, a un sistema que pudiera resolver dos problemáticas: un sistema automático de organización de la información, por un lado, y un afán enciclopédico e integrador de todas las redes de conocimiento, por el otro.
Hoy, el hipertexto podría caracterizarse con justicia al decir que se trata de una estructura de base informática que hace posible, a través de enlaces, la conexión electrónica de unidades textuales (dentro del texto o con otros documentos) y que requiere de la manipulación activa del lector (véase Pajares Tosca, 2003). Esta definición parece lograr una síntesis interesante entre la idea de hipertexto como categoría genérica-textual de base informática y de hipertexto como producto concreto de una tecnología. En efecto, lo que nos interesa particxularmente en esta obra es que se trata del formato con el cual se presenta la información en Internet. En este sentido, el espacio que la lectura y la escritura en pantalla han ganado en el último tiempo revelan, a fin de cuentas, el lento ascenso del hipertexto como nuevo medio de producción del conocimiento.
El hipertexto es el nuevo actor en un mundo donde ha imperado, hasta hace muy poco, el formato libro y es por eso que en esta obra indagaremos ciertamente sobre lo que implica esa transformación. En rigor, nos interesa reflexionar sobre si el hipertexto libera realmente de la pesadez del códice textual y sobre la medida en que logra articular mejor que cualquier otro medio las ventajas de la presentación de la información (incorporando todos los formatos y soportes preexistentes). Sin embargo, interesa pensar aquí, muy particularmente, si el hipertexto fragmenta o profundiza las formas de socialización del conocimiento de que dispusimos hasta ahora (...)
Entonces, ¿qué clase de insuficiencia viene a salvar el hipertexto? Recordemos aquí al filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein, el cual se encontró, en el inicio de su obra más importante, Investigaciones filosóficas, con un formidable problema de construcción: había estado durante mucho tiempo anotando una serie de pensamientos en párrafos cortos e inconexos, para agruparlos luego en cadenas largas, dedicadas a temas semejantes. Hábía utilizado este método porque le preocupaba especialmente que los pensamientos avanzaran de un tema a otro en un orden natural y sin interrupciones. Percibía que sus pensamientos se paralizaban cuando intentaba forzarlos en una dirección única, ya que la investigación en la que estaba embarcado lo forzaba a viajar por un amplio campo de pensamientos entrecruzados, pensamientos dispersos que buscaban puntos de tangencia (...)
En efecto, el problema con el que se encontró Wittgenstein y que muchos otros revisaron es: ¿cómo representar el pensamiento de una manera más similar al modo en que surge? Parece claro que la forma libro, así como lo conocemos, no lo permite. En ese sentido, cabría preguntarse si no debemos extender el cuestionamiento a la palabra, a la escritura como medio de representación privilegiado y monopólico, tal como lo comentábamos al principio de esta introducción.
El hipertexto-o navegación no secuencial de la información, en sentido estricto- es la solución a una pregunta no formulada, al menos no explícitamente, por la cultura hegemónica del papel y de sus instrumentos de perpetuación.
("Internet, la Imprenta del Siglo XXI", Alejandro Piscitelli)
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